Un artículo de Irascible Granaino - @granairascible
El Fútbol Club Barcelona consiguió la temporada pasada, última de Pep Guardiola al
frente, 91 puntos en Liga. Una cifra, sin duda enorme, que le capacitaba para ganarla sin
discusión de no ser porque el otrora aspirante, el Real Madrid, pulverizó los registros hasta
obtener la friolera de 100 puntos. Guarismos tan redondos como contundentes que
ensombrecieron los obtenidos por los blaugrana en competición doméstica.
Esta nueva realidad llevó a la reflexión obligada de la dirección estratégica del equipo
sobre cómo afrontar la actual Liga en un escenario similar a la anterior. Sí, el objetivo es
competir asumiendo que 91 puntos quizá no son suficientes y que habrá que acercarse a la
cifra redonda alcanzada por el rival para intentar obtener éxito al final.
Dicha reflexión debió comenzar por un análisis exhaustivo de todos y cada uno de los
encuentros. Basándose en el juego y más allá de los resultados. Sin embargo, una primera
y rápida exploración de éstos nos lleva rápidamente a detectar ciertas relaciones entre
escenarios y resultados:
Gijón, Granada, Bilbao, Getafe, Cornellá, Vila-real o
Pamplona fueron escenarios donde no siempre se perdieron puntos pero, en tal caso, se
estuvo más cerca de ello que de otra cosa.
¿Qué ocurría en esos partidos? ¿Existía algún denominador común de dichos encuentros
que permitiera extraer algunos indicios de causa cuyo efecto produjera esa pérdida de
puntos? Preguntas no sencillas de responder con rotundidad y certeza matemática, pero
con las cuales se ayudó a desgranar que, por ejemplo, con respecto al juego del equipo se
observaba una excesiva horizontalidad que no incomodaba ni descolocaba las filas del
contrincante, pocas conexiones con los delanteros, extremos abiertos que no lograban
percutir, bien por banda con desborde, o hacia dentro desmarcándose en diagonal para
generar una línea de pase.
Ello redundaba en un Messi desconectado que necesitaba bajar
su posición para entrar en juego despoblando las zonas de peligro cercanas al área para
encabezar alguna variante ofensiva más cercana al “Juan Palomo” y menos coral
conforme avanzaban los minutos.
¿Por qué sucedía esto? La siguiente cuestión nos lleva, ineludiblemente, a situar el foco
ahora en los equipos rivales buscando igualmente patrones que se repitieran en los
distintos partidos.
En este sentido se encontraban con equipos que plantaban dos lineas de
4 y 5 hombres respectivamente, muy juntas, en campo propio y con una presión alta y
constante en un menor espacio ocupado por muchos efectivos. Sólo un jugador quedaba
normalmente descolgado para enlazar los contraataques consecuencia de una renuncia
voluntaria y premeditada del balón del equipo rival.
Los campos eran estrechos en dimensiones, el césped había sido convenientemente tratado
para dificultar los controles con el balón y la fluidez del mismo a ras de suelo. Por si fuera
poco, la contundencia defensiva iba acompañada generalmente de una presión arbitral
notable, aunque no siempre excesiva, para minimizar el impacto de sus contínuas faltas
que cortaran el ritmo de balón, retrasaran la aparición de las tarjetas que pudieran intimidar
y minimizar su efectividad en la retaguardia y se igualara el criterio hacia el otro lado pese
a que el equipo dominador cometiese un número de infracciones notablemente menor.
La
ayuda de un público enfervorecido, sin duda refuerza y da sentido a obrar de esta manera.
Es el punto de apoyo perfecto sobre el que apalancar tu estrategia defensiva.
Este último párrafo nos sirve para retomar y resaltar los escenarios anteriormente
enumerados. Efectivamente estos contextos se produjeron fuera de casa; Únicamente donde estos planteamientos podían desarrollarse hasta sus últimos extremos. Y es que en
casa los partidos frente a planteamientos similares fueron debidamente superados la gran
mayoría de ocasiones. Muchos de ellos incluso con la placidez de la goleada que permitía
recobrar el mal sabor de boca de la salida anterior.
En el Camp Nou la anchura es una ventaja, el césped está en condiciones idóneas y el
factor ambiental no influye para que la presión arbitral surta efecto. El ecosistema sobre el
que los rivales cimentan su doble muralla en casa no existe en Barcelona por lo que sólo
les queda la muralla. El Barça puede bascular con paciencia infinita al rival de un lado a
otro a sabiendas de que el espacio a cubrir por los rivales es mayor y, consecuentemente, el
desgaste físico y mental también. Un desgaste dirigido por el maestro de la pausa, Xavi
Hernández, que se erige en protagonista de este tipo de partidos, ejecutando un vaivén que
cala cual gota malaya hasta encontrar fisuras en el muro. Momento en el cual se acelera la
jugada con el inevitable peligro asociado.
No obstante, la virtud de la paciencia en casa se tornaba en inseguridad e impaciencia
cuando tocaba visitar rival. No adelantarse en el marcador, e incluso haciéndolo, tener la
amenaza del empate o la derrota durante gran parte del partido en el contexto que antes
describíamos, hacía enfermo al doctor de la tranquilidad. Un Barça que se impacientaba y
perdía la concentración conforme avanzaban los minutos. Pérdidas que devinieron en
errores y, en ocasiones en goles. Minando más aún la moral propia y provocando el delirio
en afición y equipo contrario, más firme aún en sus convicciones.